octubre 4, 2024 Hologramas prohibidos de la vida real
¿Quién llora por una puta?
Una lápida anónima. Un silencio siempre ensordecedor

Se trata de una lápida anónima colocada en la zona de fosas comunes.
Nadie viene nunca a poner una flor, ni una lámpara.
Ni, por supuesto, nadie viene a visitarla.
Un nombre anónimo, dos fechas y una pequeña y fría piedra gris.
A Kristina nunca la conocí.
Se durmió hace más de treinta años ante la absoluta indiferencia de todos, en la fría sala de un hospital.
Vidas… no vidas.
Allí vi la muerte por primera vez.
La indiferencia.
La injusticia.
Las enfermedades.
Ante el alma más que ante lo físico.
La marginación real.
El racismo real.
Un trozo de vida real que en todos los sentidos está destinado a ser contado de una determinada manera.
El destino de la vida, visto como algo de lo que no se puede escapar.
Una rosa blanca, una pequeña oración.
Al final, solo es una gota en el océano.
Porque el racismo de la exclusión viene de todos.
La sacrosanta indignación ante una chica «normal» destrozada por el «monstruo» que tenía a su lado es un reflejo necesario, acompañado por un coro mayoritario.
Cuando, por el contrario, una prostituta muere por el mismo motivo, el contracanto plañidero es el débil aliento de unos pocos, el luto de un círculo íntimo.
Un silencio siempre ensordecedor.
Los medios de comunicación se centran exclusivamente en la identidad del presunto asesino, sin pensar nunca en ella.
El resto es un cielo oscuro y morboso.
Como si un final trágico o una extenuante carrera de obstáculos fueran simplemente la condena que se debe a una falta.
¿Quién llora por una puta?