septiembre 27, 2024 La medicina del alma
En las noches estrelladas aún resuena su voz contando historias que nadie ha oído.
Recuerdos de una niña. Un artista fascinante

Sin duda, habría sido ideal en el papel de una Sheherezade marcada por los signos del tiempo.
Tenía una extraordinaria capacidad para suscitar emociones en los niños que, en las noches de verano bajo las estrellas, se reunían frente a su casa, iluminados únicamente por el fuego que allí se encendía.
Una imagen quedó grabada en mi memoria infantil como una fotografía.
Estábamos sentados en un pequeño muro que nos parecía tan alto simplemente porque nuestros pies no tocaban el suelo, ávidos de historias fantásticas, cuando la realidad de la vida estaba aún muy lejos de lo cotidiano.
Detrás de su figura, como el telón de fondo de un teatro, había un pozo y, al fondo, en medio de las montañas, estaba el torrente Savara, que en las noches claras brillaba y reflejaba la luz de la luna.
Las estrellas y el fuego ardiente eran como luces de escenario.
Participaba en el cuento intentando imitar con sus manos y expresiones faciales las reacciones de los protagonistas.
A veces se ponía de pie e imitaba los movimientos con tal naturalidad que parecía una actriz actuando ante un público atento.
Ella modificaba hábilmente los cuentos de hadas de los hermanos Grimm, de tal modo que siempre parecían nuevos.
A veces, las atmósferas se teñían de gris y los personajes se convertían en hombres lobo y vampiros.
Blancanieves era uno de los cuentos más fascinantes.
Ella lo contaba muy bien, sobre todo cuando se hacía pasar por la reina que se comunicaba con el espejo o cuando, disfrazada de anciana, repartía la manzana envenenada.
En ese instante, recuerdo que sus ojos brillaban y todos los niños se asustaban, yo la primera.
Esperando el clímax, me tapaba los ojos con las manos, pero sin cerrar los dedos porque, por curiosidad, quería ver la escena.
Recuerdo haber oído este cuento docenas de veces, y cada vez ella lo contaba de una manera completamente distinta.
Conseguía transformar los acontecimientos de tal manera que los protagonistas intercambiaban sus papeles y, además, la Reina no siempre era malvada.
A veces el villano era Blancanieves o el Príncipe Encantador.
Ahora estoy sentada en el pequeño muro, con los pies bien apoyados en el suelo.
El pozo siempre está ahí y, a lo lejos, en medio de las colinas, fluye el Savara, pero ya no hay fuego, ya no hay niños que se cubran los ojos de miedo… y, sobre todo, ya no está ella.
Aunque, en las noches estrelladas, aún resuena su voz, contándome historias que nadie ha conocido.