Ayer releí algunos de los antiguos posts que publiqué en el pasado.
Fue como retroceder en el tiempo y redescubrir a una Verónica muy diferente : mucho más ingenua, menos desilusionada, menos seria y más propensa a las bromas.
Hoy en día soy mucho más dura, lo reconozco.
Ya no soy desenfadada ni frívola.
Sin duda, es una involución de mi carácter, aunque con el tiempo he aprendido a utilizar mi mejor arma: la ironía.
Hoy hay una Verónica ni mejor ni peor, pero ciertamente cambiada.
Discusiones, acoso, calumnias, hipocresía, expresiones de envidia…
Estos son los aspectos más frecuentes que conforman las relaciones entre las personas, ya sean reales o virtuales, y la palabra «tolerancia» ya carece de sentido para la humanidad.
Pero lo que realmente importa es la empatía que llevamos dentro y cómo la ponemos en práctica en la vida cotidiana.
Esa empatía que hace felices a las personas a las que queremos en la vida real.
Sin embargo, con demasiada frecuencia, nos dedicamos únicamente a satisfacer nuestro ego, algo que a la larga es inevitable.
