Exaltemos la locura.
Exaltémosla junto con los sentimientos que afloran de debajo de la piel.
Cegados por la verdad, ofrezcámosle nuestros ojos claros, no cegados.
Dejemos que nos ataque con su fuerza, que haga añicos los tópicos y rindámonos a ella para que sea la dimensión de plenitud en la que se sublima nuestra humanidad más verdadera.
El que es normal se rinde, acepta la mediocridad y se reconcilia con la estrechez, en un espacio intermedio entre lo ordinario y lo banal, donde coloca esas limitaciones que definen las reglas sociales.
La locura, en cambio, es una realidad polisémica rebosante de sabiduría humana.
Es una alegoría, es una connotación, es una incoherencia, es todo aquello que no se ajusta a las comodidades del pensamiento.
Es la utopía.
Es la locura buena y provocadora que da voz a la propia conciencia que no merece ser reprimida, porque es ella la que expresa la emoción, la esperanza, la confianza, el deseo y ese poder infinito de revivir el mundo tal y como debe ser.
