octubre 6, 2024 Memorias de debajo de la escalera
Quién viene del barro no tiene por qué ser hipócrita.
Lo que he aprendido. A nadie le gusta sentirse inferior

No es mucho lo que he aprendido.
Lo justo para sobrevivir y desenvolverme en un mundo que, por una u otra razón, siempre me ha considerada diferente, indigna, inmoral, extraña o, en cualquier caso, una amenaza para esas certezas «establecidas» que tanto tranquilizan las almas de los llamados «bienpensantes» y de quienes ocupan una posición de prestigio en esta sociedad construida para «gente de bien».
Por eso siempre he tratado de mantener un nivel muy bajo, permaneciendo siempre en mi sitio.
Desde luego, no es desdén hacia mí misma, pero he aprendido lo poco que he podido que a la gente le cae peor cuando se siente dominada.
De hecho, a nadie le gusta sentirse inferior.
Por eso, como ya soy alta de estatura, prefiero ocupar un escalón más bajo cuando tengo que enfrentarme a alguien, precisamente para evitar que en mi incomodidad encuentre motivos para sentir una antipatía irracional hacia mí.
Así que son pocas las cosas que he aprendido, pues no necesitaba más.
Entre ellas, los peligros que acechan en la ambición, en querer dominar a los demás, en la presunción de ser mejor.
También aprendí una cosa aún más importante : la hipocresía.
Las personas que vienen del fango no tienen, en efecto, ninguna razón para ser hipócritas : desde el momento en que nacemos, somos conscientes de pertenecer a esa categoría humana para la que nunca habrá reconocimiento alguno.
Por muchas duchas que nos demos, siempre seguiremos sucias.
Por muchos valores que cultivemos, siempre seguiremos siendo moralmente inferiores.
Porque las posiciones que ocupamos (las últimas) ya han sido establecidas «a priori» y hace tiempo que nos han sido asignadas.
Y no hay «redención».