La revolución sexual de los años setenta

enero 29, 2025 Erotismo de autor

…ma la passione spesso conduce
a soddisfare le proprie voglie
senza indagare se il concupito
ha il cuore libero oppure ha moglie…

«Fabrizio De Andrè»


La revolución sexual de los años setenta

En los años sesenta, los jóvenes empezaron a reivindicar el derecho a sentir pasión por personas del sexo opuesto, bailando juntos, cuerpo a cuerpo, el llamado baile del ladrillo, algo distinto del amor entendido como noviazgo que lleva al matrimonio, el cual, según la moral italiana aún vigente en aquella época, solo se consumaba tras ese acto.

Inevitablemente, el siguiente paso era la necesidad de satisfacer las propias «ansias», como ya cantaba Fabrizio De André en aquella época.



La práctica habitual de las relaciones sexuales contribuyó al surgimiento del deseo de tener relaciones eróticas satisfactorias y plenas, orientadas a la plena realización del placer.

En realidad, la reivindicación de una mayor autonomía frente a la familia y la pareja en el ámbito sexual ya había comenzado en los años sesenta, dando lugar a una situación en la que la mujer empezó a tomar conciencia de ser un «sujeto» autónomo, con sus propias necesidades, exigencias y problemas.

La revolución sexual de los años setenta
Recibió una amplia cobertura en las revistas que se publicaban a principios de los años setenta…

En consecuencia, el sexo y la educación sexual a través del descubrimiento anatómico y erótico de los cuerpos (tanto masculinos como femeninos) se convirtieron en uno de los temas más solicitados por los alumnos en las escuelas, e inevitablemente fueron ampliamente tratados en las revistas publicadas a principios de los años setenta.

En 1972, por primera vez, salió a la venta en los quioscos italianos la edición italiana de Playboy, que se describía a sí misma como una revista mensual de «divulgación sexual».

La revista Duepiù, dirigida a parejas jóvenes, casadas o no, experimentó un auténtico boom de ventas en aquellos años y dispensaba consejos sobre anticonceptivos, sobre los problemas (y sobre todo, cómo resolverlos) que podían surgir en una relación de pareja y sobre cómo practicar el sexo.

El semanario musical juvenil Ciao 2001 dedicaba páginas en su columna «Querido Psych» a enseñar a los lectores adolescentes la diferencia entre el petting ligero y el pesado.

El tema de lo privado, del cuerpo y de la relación con los demás fue uno de los temas dominantes en las cartas que miles de jóvenes escribieron en aquellos años a revistas de los ámbitos culturales más dispares, desde Famiglia Cristiana hasta la revista mensual feminista Effe, pasando por otras muchas revistas femeninas muy populares en aquella época, como Gioia, Confidenze, Amica, Annabella y Grazia, donde se asistió al inicio de un proceso de descubrimiento y práctica erótica y sexual.

Por supuesto, no faltaban los encartes publicitarios, que abrumaban a los lectores con mensajes sobre la conveniencia, la necesidad, el derecho y el deber de vivir una vida erótica y experimentar el placer sexual.

Este descubrimiento, esta reivindicación, se contraponía a profundos sentimientos de culpa y a los límites de lo que estaba permitido hacer con el propio cuerpo y con la propia pareja, fruto de una moral de comportamiento católica muy arraigada en el país, que todavía hoy, más de 50 años después de aquella época, tiene pesadas secuelas.

Desde este punto de vista, eran realmente interesantes las cartas enviadas en aquellos años a Famiglia Cristiana por jóvenes católicos que, con mucha frecuencia, planteaban problemas éticos y morales.

Por ejemplo, ¿era pecado besarse, acariciarse o tener relaciones sexuales antes del matrimonio?
Y en el ámbito de la sexualidad, ¿cuáles son los límites que hay que respetar?
¿Qué relaciones eran lícitas (naturales) y cuáles ilícitas (antinaturales)?

Muchos de los que escribieron contaron (o confesaron) que habían mantenido relaciones sexuales con su pareja antes del matrimonio, mientras que otros se preguntaban si habían pecado al practicar el autoerotismo.

Todos estos elementos indicaban un proceso continuo que, partiendo del descubrimiento del propio cuerpo como sede de necesidades, deseos y opresiones sufridas, contribuía a la maduración de una nueva conciencia.