Cualquiera recuerda el argumento de la película, protagonizada por el jefe de la brigada de homicidios de Roma, el extraordinario Gian Maria Volonté, que el día de su nombramiento mata a su amante.
Tal vez la mujer, una sensual, desbordante y apasionada Florinda Bolkan, tenía otra aventura, pero el verdadero motivo del asesinato reside en que el policía, dejando varias pistas comprometedoras, quiere demostrar que el poder (la policía, la clase política) no puede, ni quiere, incriminar a un hombre como él que pertenece, precisamente, al poder.
Estrenada en los cines en 1970, la película de Elio Petri tuvo, como mínimo, una acogida traumática por parte de muchos policías que, tras recibir los consejos oportunos, se apresuraron a ver la película en los primeros días de su estreno.
Como consecuencia, se presentó una denuncia inmediata ante el fiscal adjunto de Milán, Caizzi, quien, sin embargo, no decidió proceder.
A partir de ese momento, el mensaje político, claramente crítico con los métodos que la policía utilizaba en aquellos años contra las manifestaciones estudiantiles, impulsó la película a una excelente taquilla.
Independientemente de cómo se quiera ver, la película tiene un enorme valor testimonial.
Cualquiera, al verla hoy, es capaz de darse cuenta de cómo era el clima de aquellos años, con el 68 aún caliente y los inicios de las nuevas luchas estudiantiles y, sobre todo, con el terrorismo a la vuelta de la esquina.
En cambio, cabe destacar la actuación de Gian Maria Volonté, que, en el papel del jefe de la brigada de homicidios, ofrece una interpretación extraordinaria, sin duda, una de las más sinceras, estudiadas y profundas de toda la historia del cine italiano.
Gracias a sus movimientos, su voz, su forma de relacionarse con sus colaboradores y sus gestos, la película gana en credibilidad y transmite su mensaje político con la debida convicción y sin ambigüedad alguna.
