octubre 30, 2024 MacroEcoAnemia
Esta revolución científico-tecnológica ha amplificado todos los gestos humanos.
Industria y calidad de vida. Esta revolución científico-tecnológica ha amplificado cada gesto humano
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En 1899, cuando nació mi abuelo, la gente no vivía de forma muy diferente a la de los antiguos romanos.
Había luz de petróleo, la gente viajaba en carruaje, navegaba en veleros.
No había bombillas, teléfonos ni todo lo que hoy depende de la electricidad.
El 80% de la población trabajaba en el campo y un porcentaje muy similar era totalmente analfabeta.
La cultura estaba totalmente reservada a una élite muy reducida.
La gente moría de una simple infección, muy pocos iban a la escuela, la mortalidad infantil rondaba el 50%.
Del 50% restante, la mitad moría antes de la edad reproductiva.
La información y las ideas circulaban muy poco, a falta de cine, radio y televisión.
Sin embargo, en el espacio de dos generaciones se produjo la mayor explosión de descubrimientos, conocimientos y transformaciones que ha conocido la humanidad en toda su historia.
Esta revolución científico-tecnológica ha amplificado todos los gestos humanos.
Podemos ver más lejos, oír más lejos, comunicarnos más lejos, viajar cada vez más rápido.
El enorme desarrollo de los conocimientos ha cambiado profundamente la visión misma del ser humano y de la naturaleza.
Al ir al espacio, al fondo de los océanos o al núcleo de un átomo o de una célula, hemos empezado a encontrar respuestas a preguntas que siempre nos hemos hecho.
El desarrollo tecnológico nos ha permitido educarnos, curarnos, informarnos y liberarnos del cansancio.
Basta pensar en la evolución de la especie humana.
Piense en la prehistoria.
Cuando el hombre era recolector y cazador, tenía que conseguirlo todo por sí mismo: comida, ropa, cobijo.
Con la invención de la agricultura, la primera revolución tecnológica, aumentó el suministro de alimentos.
Así, algunos hombres empezaron a ocuparse de cosas distintas, comiendo los alimentos producidos por otros y, a cambio, dando objetos como, por ejemplo, vasijas o herramientas agrícolas.
A medida que avanzaba el progreso, algunos se especializaron en otros ámbitos, como el comercio o el transporte de estos bienes, es decir, ofreciendo servicios.
Así nacieron los sectores primario (agricultura), secundario (industria) y terciario (servicios).
Este último estaba formado por personas que ya no eran productores, sino consumidores que ofrecían su mano de obra en otros sectores, como el comercio, el transporte y la educación.
Naturalmente, estos tres sectores siguen existiendo hoy en nuestras economías.
No obstante, presentan desgloses muy diferentes de un país a otro.
Cuanto más industrializado está un país, menos gente trabaja en la industria.
Cuanto más eficiente sea un país en la producción de alimentos y objetos, menos gente se dedicará a la educación, la sanidad, la información, los cuidados, el ocio, la música, la ciencia, el turismo, la literatura y la filosofía.
Las llamadas actividades «amigas del hombre».
En los países más avanzados y ricos, la mayoría de la población ya está en el sector terciario, delegando las tareas más serviles en la mayoría de los casos a personas de países más pobres.
Son los únicos que siguen dispuestos a realizar tareas que los autóctonos ya no quieren hacer.
¿Cómo orientar correctamente este desarrollo posibilitado por la tecnología, haciéndolo accesible a la mayoría de la población y no solo a los que tienen más suerte por haber nacido en países más ricos y opulentos?
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Sin tecnología, también nosotros volveríamos rápidamente a labrar la tierra y después al analfabetismo, con una esperanza de vida máxima de 40 años, sin posibilidad de independencia económica ni de educación.
El discurso es puramente cultural.
Más que la disponibilidad de tecnología, es la cultura de un país la que realmente puede cambiar el marco de vida.
En teoría, todos los inventos y tecnologías están al alcance de cualquiera.
Pero en la práctica, solo unos pocos los utilizan realmente.
De hecho, el problema no es la disponibilidad física, sino la capacidad de utilizarlas realmente, de tener proyectos y de ampliarlos.
El problema radica en la capacidad de utilizarlas realmente, de tener proyectos y de ampliarlos.
Por supuesto, se necesita mucha financiación.
Pero por sí solos sirven de poco si no hay mentes capaces de utilizarlos de la manera adecuada.
Los fondos que se conceden a zonas deprimidas carentes de toda cultura nunca conseguirán el efecto que desean.
Entre otras cosas porque, en realidad, los países muy ricos que las financian no las quieren.
Solo se crean fábricas que requieren mano de obra barata.
Donde, por supuesto, es más fácil utilizar los recursos humanos que enseñar a la gente a avanzar.
Entonces la gente saldría de la ignorancia.
Y entenderían.
En cambio, al final, esas grandes masas de pobres solo se desplazarán en enormes flujos migratorios.