Han pasado más de 50 años.
Las palabras son más ciertas que nunca.
Por aquel entonces, en 1967, se vislumbraba la necesidad de un cambio en el mundo, en la sociedad y en la humanidad.
La negación de todo lo falso.
Un mundo lleno de hipocresía y mezquindad.
El Dios de aquella sociedad había muerto.
Excepto para aquellos que buscaban una «respetabilidad interesada».
Había llegado el momento de buscar un «Dios resucitado» en nuevos ideales.
Hoy no solo está «simplemente» muerto, sino que incluso ha sido enterrado por una pléyade de chamanes que solo dispensan mentiras y miedos.
Incluso ha sido enterrado por una plétora de chamanes que dispensan exclusivamente mentiras y miedos.
Se dedican a negar la espiritualidad del alma, el amor en todas sus formas y la verdadera solidaridad entre las personas.
En resumen, se dedican a destruir todo aquello que caracteriza al ser humano.
Son robots, marionetas a su servicio, incapaces de hacer nada de forma autónoma.
Actuar, hacer, amar, errar…
Incluso pecar.
Nunca antes Dios había estado muerto.
Pero pronto resucitará.
