Como cuentos de hadas. Primero hay que elegir cómo vivirla

octubre 2, 2024 Reflexiones de una hereje

En todos los cuentos de hadas del mundo hay una princesa que se mete en líos puntualmente.

«Veronica Baker»


Como cuentos de hadas. Primero hay que elegir cómo vivirla

Como en los cuentos de hadas
Como en los cuentos de hadas…

Zapatillas de cristal, manzanas envenenadas, agujas embrujadas.
En todos los cuentos de hadas del mundo hay una princesa que se mete en líos puntualmente.

No sin antes haber sido sometida a no pocas vejaciones por parte de hermanastras celosas, madrastras desalmadas, reinas malvadas y hadas susceptibles.

Para salvar a las protagonistas, que son buenas, amables y pacientes hasta la exageración, siempre aparece un apuesto príncipe vestido de azul y montado en un caballo blanco.

Un hombre recto e intrépido que conduce a las doncellas hacia la existencia más resplandeciente y brillante, en la que la esencia femenina se desvanece con el infalible «… y vivieron felices para siempre».

No se sabe si será felicidad y bienestar, pero una cosa es cierta: ninguna princesa consigue salvarse a sí misma, rebelándose y mandando a todos al infierno, y logrando labrarse su propia existencia personal por sí sola, sin un príncipe en el que apoyarse y del que depender.

Y tal vez sea esta la raíz de esa insidiosa influencia que penetra en la mente de las niñas y les acompaña incluso cuando se hacen adultas.

¿Es, pues, responsabilidad de los cuentos de hadas que la mente de una mujer esté programada para convertir en príncipe a cualquiera, incluso a quienes no lo son, sino que, por el contrario, están a años luz de poseer sus dones, en la creencia de que con él a su lado, cada pequeña parte del mundo brillará con un fulgor totalmente inesperado?

Con esto no quiero afirmar, desde luego, que no pueda existir un príncipe — alguien en algún lugar, seguro que existe —, pero no es seguro que todo hombre que se le acerque lo sea.
Y, sobre todo, no es en absoluto inevitable que él pueda salvar a una princesa, incluso de su lúgubre naufragio.

Al fin y al cabo, ante todo hay que elegir cómo vivir la vida, más allá del barquero que uno pueda encontrarse.

La capacidad de dirigir personalmente el timón de la propia balsa de luz, personal y única, es el requisito previo a la única energía verdadera que puede guiarnos hacia la felicidad y la serenidad auténticas.

Como ocurre al final de cada cuento de hadas.